Moriría por ti

Moriría por ti

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Nuevos relatos inéditos de Fitzgerald: dieciocho textos tan cómicos como oscuros, de acentos inesperados, que resignifican y expanden la obra de su autor.

Empresarios atrapados en un psiquiátrico por error; guionistas reconvertidos en vagabundos para encontrar la inspiración perdida; soldados capturados y colgados por los pulgares; seductores legendarios por quienes se suicidan todas las mujeres; pero también herederas tan ricas como torpes a las que resulta imposible encontrar marido; jóvenes cuya hermosura no para de acarrearles problemas; adolescentes que descubren la gran ciudad por primera vez, y un buen número de chicos que conocen a chicas y viceversa: sobre estos y otros personajes escribía, entre 1920 y su muerte en 1940, F. Scott Fitzgerald en el puñado de relatos que se reúnen por primera vez en Moriría por ti y otros cuentos perdidos.

Textos recientemente descubiertos y también textos repetidamente descartados por editores que no reconocían en ellos la marca registrada de uno de sus autores más identificables, aquí embarcado en la exploración de nuevos tonos y temas, en más de una ocasión moldeados sobre materiales autobiográficos: lo son los que inspiran «Pesadilla», «Qué hacer» o «Ciclón en la tierra muda», cuentos respectivamente ambiguos, excéntricos y cómicos sobre hospitales psiquiátricos como los que albergaron a la esposa de Fitzgerald, Zelda; lo es la anécdota de partida de la cruda pareja «Pulgares arriba» y «Cita con el dentista», extraída de la historia oral familiar; y lo son, desde luego, las múltiples referencias cinematográficas que permean estos cuentos, que incluyen tres esbozos en los que el Fitzgerald guionista trabaja a caballo entre el slapstick, la screwball comedy y el melodrama familiar. Textos que abrazan la sátira, el humor físico y otras múltiples formas de la comicidad junto a textos que al estilo chispeante y agilísimo de Fitzgerald, a su ingenioso despliegue de réplicas y contrarréplicas y a la ligereza luminosa y elegante, la desafiante libertad, que envuelve sus personajes y escenarios, añaden notas de oscuridad imprevista y osada: la de la locura, la de la guerra y la del suicidio; la del alcohol, la enfermedad y el desamor. Textos, en fin, en ocasiones muy caros a su autor, que se abstuvo de limar sus aristas más incómodas para que encajaran en el retrato oficial de Fitzgerald, incluso a costa del injustificado destierro al que se vieron sometidos, y del que ahora los rescata este volumen primorosamente anotado y presentado por Anne Margaret Daniel, capaz de dialogar con toda la obra de Fitzgerald al tiempo que la resignifica y expande.

Detalles de eBook

Sobre el autor

F. Scott Fitzgerald

Francis Scott Fitzgerald (1896, St. Paul, Minnesota-1940, Hollywood, California) creó uno de los mitos de la literatura del siglo XX, el gran Gatsby, y contribuyó de un modo fundamental a la invención de su época. Su primera novela, A este lado del paraíso (1920), narró la educación sentimental de su generación, y sus cuentos inventaron la Edad del Jazz y configuraron las emociones y la imaginería de los años veinte. Hermosos y malditos (1922) adivinó el fin de la fiesta inagotable («la mayor orgía de la historia», según el propio Fitzgerald) y lo preparó para escribir El gran Gatsby (1925). Pasó por Hollywood, a la busca de dinero en el nuevo paraíso cinematográfico, y fracasó. La Depresión económica de 1929 la vivió como depresión y quiebra personal: Suave es la noche (1934), su cuarta novela, volvió a demostrar la extraordinaria capacidad de Fitzgerald para sentir y contar la compenetración indisoluble entre los grandes hechos históricos y la historia íntima de los individuos. En diciembre de 1933 su mujer, Zelda Sayre, había sido internada en una clínica psiquiá­trica. En 1937 Fitzgerald volvió a Hollywood como guionista. Su nombre sólo aparecería en los créditos de una película sonora: Tres camaradas, y por bebedor fue despedido de su último trabajo en Holly­wood, donde murió de un ataque al corazón. Su novela final, inacabada, El último magnate, hablaba de la desilusión de Hollywood. T. S. Eliot había juzgado así El gran Gatsby: «Me parece el primer paso que da la ficción americana desde Henry James.»

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